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La psicología infantil se centra en niños de edades que van desde la primera infancia hasta la preadolescencia, generalmente hasta los 12 años. En esta etapa, los padres suelen tener un papel más activo en el proceso terapéutico, ya que son los principales cuidadores y tienen una influencia significativa en la vida del niño, además de ser los que mejor lo conocen. La terapia infantil, desde nuestra línea de intervención, implica ayudar a los padres a ayudar a los hijos; los padres, desde nuestro enfoque, son los que van a acudir a la consulta, y los que harán la intervención en casa bajo la supervisión del terapeuta. Construimos junto con los padres estrategias y pautas de crianza efectivas.
Gestionar los cambios puede resultar difícil tanto para los adultos como para los niños. Para los niños, que aún no han desarrollado completamente sus habilidades cognitivas para autogestionar sus emociones, los cambios pueden ser especialmente desafiantes.
Los traslados de domicilio, los cambios en la composición familiar debido al divorcio de los padres, la pérdida de seres queridos o mascotas, los cambios de colegio o la repetición de un curso, los altibajos económicos familiares y los altibajos emocionales de los padres pueden afectar a los niños y adolescentes, alterando su estabilidad emocional.
La manera de relacionarse del niño o del adolescente con su entorno es una consecuencia de lo que sucede a su alrededor.
Las conductas inadecuadas o los cambios de humor de los hijos pueden ser un indicador de que sucede algo que el menor no es capaz de resolver por sí mismo; una intervención rápida previene problemas mayores.
La competitividad y la sobreinformación a las que nuestros niños y jóvenes están expuestos en la actualidad dificultan la gestión de las relaciones sociales. La presión por ser el mejor, el más popular y tener más likes puede generar una importante y peligrosa autoexigencia social en estos adolescentes, llegando incluso a niveles de estrés excesivos.
Siempre están alerta para cumplir con lo que creen que se espera de ellos en el ámbito social; esto puede desencadenar problemas que son más fáciles de resolver si se interviene lo antes posible.
La timidez en los niños a menudo no se considera un problema significativo, ya que se asocia con el buen comportamiento, y se considera menos alarmante en comparación con conductas más disruptivas. Sin embargo, los niños tímidos suelen internalizar sus problemas, lo que puede manifestarse a través de somatizaciones, miedos, ansiedad y depresión. A menudo se cree que la timidez se resolverá por sí sola a medida que el niño crezca, pero es importante reconocer las limitaciones que esta timidez impone al niño para saber si es conveniente intervenir. Siempre están alerta para cumplir con lo que creen que se espera de ellos en el ámbito social; esto puede desencadenar problemas que son más fáciles de resolver si se interviene lo antes posible.
Los niños tímidos pueden tener pocas habilidades sociales o no se atreven a utilizarlas, lo que dificulta su interacción con el entorno. Son más propensos a ser víctimas de intimidación o manipulación de parte de los demás y, a menudo, no se atreven a buscar ayuda. Es importante detectar rápidamente este tipo de situaciones con el fin de prevenir problemas más serios.
El aislamiento voluntario en los niños suele indicar que están experimentando miedo o tristeza. Es un claro indicador de que algo está sucediendo y, por ese motivo, es recomendable buscar la ayuda de un especialista si las soluciones que probamos no logran cambiar la situación. Los niños estables suelen tener amigos de su edad y participar en actividades sociales.
Los niños manifiestan su estado depresivo de manera diferente a los adultos. Suelen ser reactivos y responder de forma impulsiva, con agresividad y altibajos emocionales. Esto, generalmente, se debe a situaciones o eventos en su entorno familiar, escolar o social, que no pueden manejar adecuadamente. Una intervención adecuada, por parte de un profesional, puede resolver el problema.
La falta de tolerancia a la frustración en los niños suele ser un síntoma de ansiedad o inmadurez. Puede indicar que el niño no está respondiendo de manera acorde a su edad cronológica frente a la frustración.
El comportamiento agresivo en los niños puede ser consecuencia de una alteración emocional o bien señalar una falta de control emocional, debido a la inmadurez. También puede ser una respuesta aprendida de un modelo parental agresivo.
El rechazo a las normas, la intimidación y la conducta desafiante pueden ser resueltas a través de una educación basada en criterios claros y consistentes. También es importante evaluar si existe una discrepancia en las expectativas y objetivos educativos entre los progenitores. En estos casos, los padres deben actuar unidos para evitar que el niño o adolescente desafiante los separe y controle para obtener lo que desea.
La ansiedad generalizada en los niños puede manifestarse de diversas maneras, como morderse las uñas, chuparse los cuellos de las camisas o el pelo, morder lápices u objetos, alteraciones del sueño y conductas impulsivas, entre otros. Estos indicadores suelen ser señales de ansiedad en un niño.
La enuresis (escaparse el pipí durante el día o la noche) y los problemas de encopresis (retención o incontinencia de las heces) en edades inapropiadas también pueden ser indicadores de ansiedad.
La ansiedad de separación en los niños se manifiesta cuando se resisten a ir al colegio, a dormir fuera de casa, o a situaciones que implican separarse de sus padres. Por ejemplo, el deseo de ir de colonias o de quedarse a dormir en casa de un amigo se convierte en algo inalcanzable para el niño, debido a la ansiedad que experimenta a estar lejos de casa y sentirse alejado de sus padres. Esta ansiedad se convierte en una limitación significativa para el niño, ya que se compara con sus pares y siente que no es capaz de hacer lo mismo.
La fobia escolar se caracteriza por un miedo irracional a asistir a la escuela. A menudo, este miedo no tiene una causa específica, ni está relacionado con problemas reales en la escuela.
En realidad, la fobia escolar es síntoma de un miedo subyacente en la mente del niño que lo lleva a buscar refugio en el entorno familiar que percibe como protector y que le defiende de su miedo.
Los miedos y las pesadillas son síntomas comunes de la ansiedad en los niños.
Algunos miedos son evolutivos y desaparecen de forma natural, con el tiempo. Sin embargo, si persisten, pueden empeorar y afectar el desarrollo de la personalidad del niño, generando inseguridad e inhibición en su capacidad para enfrentar las situaciones cotidianas.
Para abordar estos miedos, se utilizan estrategias divertidas que, con la participación de los padres, ayudan a desbloquear rápidamente el miedo y a fomentar un mayor sentido de seguridad en el niño.
Cuando se detecta un TDAH, es importante evaluar el nivel de limitación e interferencia de este trastorno en su vida diaria. Puede ser necesario involucrar a otros profesionales, si se presentan otras dificultades como, por ejemplo, trastornos de aprendizaje.
Desde nuestra experiencia como psicoterapeutas, hemos podido comprobar que el trabajo en equipo con los padres resulta muy beneficioso para lograr el desbloqueo de dinámicas familiares conflictivas o difíciles. Asimismo, la terapia indirecta con la ayuda de los padres, resuelve las dificultades de los hijos que pueden llegar a ser futuras patologías.
En su lectura, encontraréis información y pautas interesantes y útiles para aligerar aquellos momentos bajos de la magnífica tarea que tenemos encomendada: ser padres.