Cómo dejar de sobrepensar
Todos hemos estado allí: esa situación en la que no podemos dejar de darle vueltas a algo. La reacción cuando nos preocupa algo es pensar. Pensar para resolver. Eso funciona…
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Bullying y violencia, hablamos de lo mismo.
Definimos violencia como “el uso intencional de la fuerza física, amenazas contra uno mismo, otra persona, un grupo o una comunidad que tiene como consecuencia o es muy probable que tenga como consecuencia un traumatismo, daños psicológicos, problemas de desarrollo o la muerte”.
Parece que el hecho de resolver situaciones entre las personas de forma violenta no está “de origen” en el ser humano. Efectivamente, los antropólogos hablan de que se empiezan a encontrar restos de humanos fallecidos por ataques con armas, piedras y lanzas, a partir de que el hombre se asienta y se forman las comunidades estables en un territorio determinado. Los restos y los estudios antropológicos nos dicen que la violencia evolucionó paralela al desarrollo socio-económico de las personas.
A través de la violencia, la persona intenta conseguir algún beneficio y someter al otro a través del uso físico o mental de la fuerza.
La violencia puede ser física, acarreando como consecuencias traumas físicos, o psicológica. Las consecuencias de este último tipo de violencia son compatibles con el estrés post traumático, que presenta un cuadro depresivo y ansioso, y un malestar emocional que interfiere de forma significativa en la vida de la víctima.
La violencia emocional incluye aquellos actos y mensajes que, por su contenido, dañan y humillan a la autoestima de la persona.
En el momento actual no se conocen exactamente los mecanismos neuropsicológicos a través de los cuales el ser humano desencadena este tipo de conductas agresivas y violentas. Podemos saber que existe interacción entre factores genéticos y ambientales que predisponen al individuo a reaccionar de determinadas maneras.
Otros factores que influyen el la gestión de la violencia son familiares, culturales y de la personalidad de cada uno.
Los niños y adolescentes que crecen y se educan en familias desestructuradas, en donde existen los malos tratos, abuso de substancias, carencia afectiva, abandono, con modelos autoritarios y agresivos, resultan más fácilmente violentos. Asimismo, los menores educados en familias inconsistentes, en donde no existen límites claros, ni tampoco valores claramente establecidos, incapaces de distinguir entre actitudes adecuadas o inadecuadas, tienden a responder utilizando la violencia.
Los niños y adolescentes que se desarrollan en familias que crean un apego seguro entre el menor y los padres y una buena relación familiar, no suelen tener comportamientos violentos.
La cultura influye evidentemente en cada sociedad. Los valores y las reglas que se implementan guían las conductas de los sujetos de cada sociedad. Si el entorno social es violento y aprueba las formas violentas, los sujetos tendrán esas conductas más normalizadas. Si, en cambio, la violencia es censurada en una determinada sociedad, los sujetos actuarán respondiendo a esa idea.
Nuestra sociedad occidental actual está llena de imágenes de violencia que llegan a nuestros menores a través de televisión, videojuegos, internet y otros contenidos de ocio. Está probado que cuanto más tema violento ven los menores, pueden “normalizar” más esa violencia y adoptar actitudes menos empáticas con la víctima cuando se encuentran ante una situación de abuso.
Efectivamente, cuando la gente ve muchas imágenes de abuso o violencia con personas puede llegar a insensibilizarse ante el dolor ajeno; la violencia se puede llegar a ver como la manera correcta de resolver los conflictos y hasta se puede llegar a la conclusión de que es la única manera de convertirse en ganadores.
El tipo de personalidad influye en la manera de reaccionar en un conflicto. Características como la impulsividad, la baja tolerancia a la frustración, la poca capacidad de empatía y la frialdad emocional y escaso control de la ira, son facilitadoras de la conducta violenta.
Por lo tanto, podemos ver que son numerosos los factores que pueden influir en la conducta violenta de nuestros menores. Esa conducta de abusos mediante actos físicos o expresiones humillantes o vergonzantes, pero siempre dañinas y ofensivas dirigida hacia sus pares de forma recurrente, la llamamos Bullying.
El abuso en la escuela no es nuevo, desgraciadamente ha existido siempre. Actualmente se le está atendiendo y dando la importancia que merece. Las consecuencias del bullying son graves y afectan de forma importante a la vida de la persona; incluso ha llegado a ser causa de suicidio.
Pueden ser diversas las razones que lleven a un “buller” a acosar y abusar de una víctima. El abusador quiere sentir que tiene poder y el control sobre otros. Los compinches que le apoyan quieren sentir que son fuertes al lado de quien ejerce ese poder. Después están los que comprenden que están haciendo algo malo y vergonzoso, pero que no se atreven a protestar y callan para no ser, a su vez, víctimas.
La víctima no se suele atrever a explicar lo que está sucediendo a los padres o a los profesores, ya que suelen ser situaciones que le generan vergüenza, y no quieren exponerlas. Creen que serán capaces de gestionar la situación, hasta que les desborda. La víctima comienza a tener sentimientos de soledad, tristeza e indefensión. Comienza a presentar un perfil de comportamiento depresivo, de inhibición. El cuadro psicológico reactivo es muy complejo, con frustración, trastornos del sueño, ansiedad, bajo rendimiento académico por dificultades de concentración y sentimientos de inadecuación. El sufrimiento es tan grande que pueden llegar a suicidarse por no poderlo soportar.
Podemos detectar que alguien está padeciendo bullying cuando, en la familia o en la escuela, observamos cambios de comportamiento en el menor: cambios de humor, dificultades en el sueño (pesadillas, insomnio), dolores de cabeza o en partes del cuerpo (cuando antes no existían), bajo rendimiento académico, trastornos en la alimentación o indicios de consumo de alcohol o drogas.
Cuando detectamos en familia que puede haber una situación de bullying, tenemos que acudir a pedir ayuda a un psicólogo terapeuta para la víctima y la familia. Hay que informar enseguida al centro educativo para que implemente el protocolo adecuado y obligatorio en la escuela. El terapeuta deberá ponerse en contacto con el centro educativo para trabajar en común y ponerse al día en el funcionamiento del grupo afectado.
El Cyberbullying es una variante del Bullying. Se está dando muy frecuentemente y, en ocasiones de manera muy sutil, por las redes sociales.
Es muy recomendable vigilar las cuentas de nuestros menores para poder comprobar que están manteniendo una comunicación adecuada con sus coetáneos.
Observa a tus hijos sin intervenir, para ver cómo resuelven sus conflictos;
Habla y escucha atentamente lo que te cuentan, para saber cuando intervenir;
Si tu hijo está triste a menudo, indaga en su entorno social;
Si está sufriendo abusos en el colegio, exige una intervención inmediata.
Resuelve a tiempo y evitarás que las dificultades se transformen en problemas!
ref. bibliogràfica:Marylène Patou-Mathis: autora del artículo para la UNESCO: Los orígenes de la violencia
Esperamos que este artículo te haya ayudado.
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