¿Dejas las cosas para más tarde?
Acepto dar una charla en un taller de prácticas en la universidad dentro de tres meses.
Planifico el trabajo que tendré que preparar: el contenido de la charla y el ejercicio práctico.
La planificación sale muy fácil: tengo un mes para documentarme, preparar el contenido, escribir el texto y pensar y realizar la parte práctica; el siguiente mes para preparar el trabajo y el último para corregir o cambiar detalles y presentarlo.
Al cabo de un mes me doy cuenta de que no he hecho nada: bueno, tengo dos meses más de tiempo!
Pasa otro mes sin enterarme; reviso en mi memoria qué es lo que he hecho este último mes y sé que me he propuesto sentarme a trabajar en varias ocasiones, pero siempre hay otra cosa más urgente o más inmediatamente placentera…..
Finalmente faltan 15 días y me pongo; el taller saldrá adelante, pero he necesitado el estímulo del apremio, el sentirme mal, con ansiedad y sentimiento de culpa, para llevarlo a cabo ejecutándolo rápidamente , y terminarlo a tiempo.
Normalmente escucho a las personas decir, “yo trabajo bien bajo presión”, pero vale la pena destacar que todo aquello que podamos hacer sin presión será igual a hacerlo con menos estrés y por lo tanto, con valores normales de cortisol en nuestro organismo.
Trabajar en el último momento y bajo presión implica una constante producción de la hormona del estrés, el cortisol, que nos mantendrá en un estado de alerta general, generando diferentes reacciones tanto físicas como psicológicas, que llegarán a ser contraproducentes.
Sustituir o postergar las actividades que deben atenderse por otras más agradables o más gratificantes hasta el punto que puede interferir en nuestra vida personal, laboral o social: Procrastinar.
El procrastinador es un espectador de sus propios males ya que puede postergar indefinidamente: cada vez que posterga, recuerda lo aplazado y recuerda desde cuando aplaza. Le pasa todo por la mente, como una película, aumentando cada vez la frustración por no ser capaz de realizar lo que sabe que debería.
Procrastinar crea la ilusión de tener el control; no evitamos, ni renunciamos, hacemos algo mucho más sutil: Decidimos voluntariamente aplazar.
Tomar esta decisión nos hace sentir que tenemos el control: “lo haremos, pero en un momento más oportuno”, sin embargo, como decía Tomás Moro: “Lo que se aplaza no se evita”, y al final o seguiremos aplazando, o será inevitable afrontado cuando ya hayamos generado ansiedad y malestar, y se hará de la peor de las maneras.
Compaginar la gratificación instantánea con las responsabilidades es lo ideal, sin embargo en ocasiones necesitamos priorizar nuestras responsabilidades.
El procrastinador elige una de las dos: normalmente elige la gratificación, pero como hay sentimiento de culpa, ansiedad, temor ante el no ser capaz de cumplir e, incluso, odio hacia sí mismo por reconocer su fracaso, tampoco puede disfrutar de su elección.
Me gusta esta frase de Cooley: “La procrastinación hace difíciles las cosas fáciles, y hace aún más difíciles las cosas difíciles”.
Y es que no es una dificultad conceptual; sino, como hemos descrito más arriba, nuestro organismo sufre ante la procrastinación, así que comienza a ponértelo fácil con este ejercicio:
Piensa cada mañana, al despertar: ¿qué pequeña cosa puedo hacer hoy para acostarme satisfecho? Lo que te venga en mente comienza a hacerlo por solo 10 minutos al día.
Si día a día actúas en respuesta a esta pregunta, conseguirás que aquello que te distraía de tus obligaciones, en nombre de la gratificación, lo podrás disfrutar sin culpa, y además, lo que antes postergabas, poco a poco lo llevarás a cabo, con satisfacción, y sin necesidad de autoengañarte con el “trabajo bajo presión”.
Pruébalo: Martin Luther King: decía “No te pongas a contemplar toda la escalera, simplemente da el primer paso”.
Ocuparnos de otras cosas dejando de lado lo más importante, pero también lo más aburrido, no es vagancia, es procrastinar.
Atrévete a cambiar aquello que no te funciona.